El bermellón gritaba. Gritaba el verde nilo.
El granate, el cobalto, el índigo gritaban.
Del negro, al escarlata
corría el amarillo.
Se zambulló el celeste.
Me abrazó el colorado.
El ultramar oscuro me tiró un salvavidas.
Pero el violeta inmóvil
me miró.
Me miraba,
con los brazos cruzados.
Oliverio Girondo
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